Pocos de nosotros pensamos en cómo nuestro cuerpo se ajusta automáticamente al espacio que nos rodea, por ejemplo para evitar que nos topemos con alguna cosa. También podemos localizar nuestras extremidades, como las manos o los pies, sin tener que pensarlo. Esta función cambia con la progresión de la demencia.
El sentido de la posición de nuestro cuerpo en el espacio se llama propiocepción. Esta percepción nos hace conscientes de dónde está nuestro cuerpo en relación con los objetos que nos rodean y nos permite movernos y adaptarnos a nuestro entorno. El orientarnos en el espacio suele acompañar a acciones, como cuando nos movemos, buscamos algo, o evitamos golpearnos. Esta percepción del espacio se procesa a través de nuestros órganos sensoriales, principalmente nuestra visión, y nos da una idea de nuestra realidad física.
Aunque nuestro sentido del espacio es principalmente visual, también lo percibimos con los otros sentidos, incluyendo el cinestésico (movimiento corporal), el sentido del equilibrio, la gravedad y otras señales particulares. Ellos trabajan juntos para crear una percepción unificada del cuerpo y del espacio a nuestro alrededor.
El profesor Patrick Haggard, del UCL Institute of Cognitive Neuroscience (Instituto de Neurociencia Cognitiva del UCL) dijo: “Nuestro cerebro realiza un seguimiento constante de los movimientos de las extremidades para que siempre sepamos la postura de nuestro cuerpo, incluso con los ojos cerrados”.
A medida que la demencia progresa, la persona experimenta una profunda pérdida de la conexión mente-cuerpo.
Las tareas sencillas se convierten en desafíos: pedirles que levanten la mano puede resultar en que levanten el pie. Tienen dificultades para reconocer o identificar el dolor, a menudo indicando un área no afectada como la fuente del dolor. Sus extremidades dejan de responder, lo que hace que caminar sea una tarea difícil. Esta pérdida de conexión puede conducir a una sobrecarga del sistema nervioso físico, produciendo señales caóticas en el cerebro y desencadenando el pánico.
Cuando el pánico ocurre, desencadena una intensa respuesta de lucha o huida. Cualesquiera que sean las habilidades de razonamiento que la persona conserve, estas se apagan mientras luchan por escapar del peligro percibido, sea real o imaginario.
Hace unos años, acompañé a un matrimonio anciano en un viaje por avión a Chicago. La esposa tenía Alzheimer. Se había agotado al andar por el aeropuerto y por la dificultad de permanecer sentada durante el vuelo. Eso, combinado con el ajetreo de los pasajeros que recogían sus maletas de mano y abarrotaban los pasillos, le produjo una sobrecarga sensorial y entró en pánico. Luchó por escapar de su asiento, gritando de terror, y peor aún, sus piernas dejaron de funcionar y cayó atrapada entre los asientos. Se necesitaron cinco asistentes para ayudarla a bajar del avión mientras yo intentaba calmarla todo ese tiempo.
A medida que la demencia progresa, a menudo se ve afectada la coordinación mano-ojo de la persona y el cerebro tiene que luchar por reconocer la mano para enviarle señales. Esta pérdida de conexión con el cuerpo puede resultar en una pérdida de equilibrio y un aumento en el riesgo de caídas. Es posible que la persona con demencia no puede sentir sus pies en el suelo o sus glúteos cuando están sentados en una silla, lo que complica aún más su sentido de espacio y seguridad.
Además, durante la progresión de la demencia, los cambios en la visión complican su sentido del espacio. Pierden progresivamente la visión periférica, lo que crea una visión de túnel. La percepción de la profundidad también se ve afectada, creando un efecto de monovisión. No pueden determinar la distancia a las personas u objetos ni la altura de las escaleras o de las aceras.
Imagine cómo sería perder el contacto con tu cuerpo. Si no puedes conectar tu yo físico a nada a tu alrededor puedes tener la sensación de que estás flotando en el espacio.
Todos los días damos por sentado que podemos movernos automáticamente a través del espacio que nos rodea sin chocar con cosas o caernos. Rutinariamente subimos escaleras, navegamos por terrenos irregulares y nos movemos sin esfuerzo por nuestras casas. Podemos localizar nuestras extremidades incluso con los ojos cerrados y no tener que pensar en estos movimientos porque nuestro cuerpo lo hace automáticamente.
Pero una persona con demencia se siente perdida en el espacio.
Katya De Luisa reside en Costa Rica y es educadora en demencia, consultora, escritora independiente y autora de "Viaje a través de la Mente Infinita, la Ciencia y la Espiritualidad de la Demencia. www.dementialearninginstitute.com
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